¿Por qué ir a psicoterapia?
No es infrecuente que uno se tope con la pregunta de si debiera ir o no al o la psicólogx, qué se hace allí o cómo podría ayudarnos. Tampoco lo es oír que circule esa pregunta como una sugerencia, o incluso una exclamación: “¡Ánda a verte!”. Lo que confunde aún más: “¿Verme, y cómo? ¿Después de eso… de verdad se arreglarán las cosas?”
Formalmente, por qué le nacerá a cada quién el deseo de ir al psicoterapeuta, cada quién lo sabrá. Es algo singular. Pero si hay una similitud común a la necesidad de exponerse a la práctica clínica, es que existe un malestar (esto es evidente). Algo personal o del entorno en el que se vive se vuelve amenaza, y se tiene cierta confianza que el terapeuta que escucha lo conoce, y por ese saber es capaz de presenciarlo y orientarlo.
Entramos al espacio psicoterapéutico para confesar una falta; que tenemos algo mal, pero no podemos deshacernos, y por eso necesitamos entrar confiados de que no se nos hará amenazante. El clínico también debe cuidarse de esto, tener siempre presente que al psicoterapeuta le compartimos intimidades inconfesables. Ir al terapeuta es terrible porque tenemos que hacernos cargo de todas esas cosas que nos angustian o angustian a nuestros seres queridos… ¿Qué son todas estas cosas? Nos preocupamos y las mantenemos energéticamente en nuestra conciencia, o bien, las vivimos como actos impulsivos, que destruyen lo que no queríamos destruir, pero ¿Qué son? A veces ni siquiera las sentimos, pero nos chocan. Frente a un o una psicólogx, tenemos que ponerle el cuerpo a esa embestida.
Un malestar es un mal particular. Más bien es algo miserable. Para las letras del letón, “meld”: un error desagradable. Toma muchas formas, por cierto. Realmente: ¡Que son pocas las veces que hacemos algo “bien”! … A la luz de nuestras vidas personales ordinarias suena como algo que debemos soportar, un sentimiento constante e incómodo que – un poco lo asumimos – todxs sienten y por lo tanto no queda otra que quedárselo. A la luz de nuestras instituciones públicas es algo que debemos corregir, reeducar: hacerlo bienestar, sea por la razón o por la fuerza (Ay, cómo define esa frase al fantasma de los chilenos). Muchos órganos públicos, e incluso algunas autoorganizaciones, mantienen un discurso intenso de que el autocuidado significa mantener el cuerpo en equilibrio a través de la autodisciplina, la reeducación de los comportamientos nocivos, y el conocimiento (a la medida del sistema) de lo dañino. Creen que al hacerse de este conocimiento uno se mueve a dejarlo, aunque catalogan a quienes no se motivan a hacerlo como especímenes faltos de características que les permitirían estar mejor: motivación, autoestima, ganas de vivir. Les dicen, “No lo estás haciendo bien”.
También hay que tener cuidado con esto. Porque el malestar no se produce necesariamente por el error mismo, sino porque con este unx se hace miserable (en varios sentidos de la palabra… Sí, puede que aquellas cosas sí las queramos, sólo que, de no conseguirlas, de pensar que no podemos llegar a ellas, sentimos una culpa y una amenaza terribles. En vez buscar un apoyo por otrx que tolera nuestra imperfección, nos aislamos aún más. Sentimos que, si estamos mal, tenemos que irnos de alguna forma. He ahí el malestar. Porque, fundamentalmente, dejamos de estar capacitados para entablar una relación con el otro, sentimos que es nuestra culpa, y no bien, sentimos que no podemos hacer nada por ella. Aquí va una razón muy común por la que ir a psicoterapia: “Soy un error que no puede quitarse con nada”.
Si existe una culpa no se puede tomar una decisión. Una culpa se paga con el castigo que otro nos dispone, nos pone a merced de la cuestión. Si alguien se niega a castigar, o si alguien castiga sin sentido, eso no nos involucra a nosotros realmente con el malestar, nos hace sujetos pasivos mientras que, al contar con lo que tenemos (lo que no se quita), encontramos que solo gozamos de penitencias; la lógica compulsiva del amo y el esclavo. Una decisión es un acto de otro tipo que el que otorga una penalidad. Es algo que nos hace empoderarnos, y finalmente, nos hace responsables. Así que bien, aunque no quede bien esclarecido, podemos decir que no es en realidad lo mismo penalizar que responsabilizar. Ya habrá otros espacios para reflexionarlo más en profundidad. El punto está en que la lógica de corregirse, si causa culpa, no servirá para cuándo uno vaya a psicoterapia.
Que uno no sea suficiente no es motivo para una culpa. Más bien, uno va al terapeuta porque uno mismo no es suficiente, de hecho, ni siquiera el, o la terapeuta son suficientes. Claro que hay quienes que fueron enviados por el médico (“Arréglele su psiquis a éste, por favor”). O quienes realmente cumplen parte de sus penas obligados a ir al psicoterapeuta (esas son terapias bastante difíciles). Pero muchos sí, y por lo demás en la mayoría de los casos el punto está en que el sujeto tome una decisión. Un terapeuta es como un oráculo de no-es-suficiente. “¿Qué hará usted con las cartas que vemos sobre la mesa?” Una hiladora de sentidos corrientes a esos males tan ordinarios, para darnos un sentido de lo que sería, para nosotrxs, una vida bien vivida… Lo que, sin embargo, no implica hacer suficiente lo que no lo era, sino más bien, lograr hacer las paces con ese vacío y saber tomar un encargo.
¿Qué función tendría ir al psicólogo para nuestro malestar? Quizás más que nada la función que da tener un espacio suficiente para responsabilizarse de esa forma. Pasar del recuento de nuestras ilegalidades – nuestras salidas a y anti, sociales – a la responsabilización de nuestra posición. Un o una psicólogx sabe nada, al menos a priori, sobre él o la sujeto que tiene delante como paciente. Sin embargo, sí sabe darle el espacio para hacerse presente en el malestar y enfrentarlo, y estará con él co-descubriendo estos aspectos. Todo un laboratorio. Esto lo ayudará a conocerse mejor, y conocer mejor lo que otros hacen de él. Definitivamente, un o una psicólogx no va a hacer uso de la culpa, y esto más que nada, ayudará a quién lo desee a tomar una decisión; al menos una ya sirve para cambiar (bueno, a menos que amerite para una denuncia; ese ya sería otro tipo de mal).
Santiago es miembro fundador de Centro Hilar. De formación clínica psicoanalista, tiene gran interés en la forma en la que se puede desplegar una comunidad de sentido y sin sentido entre el terapeuta y el o la paciente.